2025-07-14 15:07:00
El sábado 10 de julio de 1982 Polonia se imponía 3-2 a Francia y se adjudicaba el tercer lugar. Luego del silbatazo final Grzegorz Lato comprendía que había sido su último juego como mundialista; sin embargo, el “Divino Calvo” no sabía aún que el destino le tenía una aventura más: el Atlante de México.
En efecto, al concluir aquel juego en el estadio José Rico Pérez de Alicante, el presidente deportivo de los Potros de Hierro, Sergio Peláez, lo contactó, le ofreció venir a México -con toda y su familia- a conocer el país y, si quedaba conforme, el Atlante IMSS le ofrecía un contrato por dos años.
El goleador polaco, luego de conocer La Basílica de Guadalupe, Teotihuacán y Acapulco, firmó para jugar con Ricardo Antonio La Volpe, Cabinho, el Ratón Ayala, el Bonavena Ramirez, el Calaca González, Lalo Moses; es decir, ser una estrella más del trabuco azulgrana.
Pero, la verdad, yo conocí a Grzegorz Lato mucho antes: en el Mundial de 1974. En ese entonces yo tenía cinco años; compraba estampas Panini, pero no tenía álbum. Así que las pegaba en la puerta de la casa, obviamente, era regañado por mi madre y solapado por mi padre. Por una rara razón, me salían más polacos que otros jugadores de otras selecciones. Ahí estaba Lato. Había pegado su estampa, pero no lo conocía. Mi corta edad me impidió ver, disfrutar y guardar en la memoria los siete goles de Lato en ese Mundial que le valieron el campeonato de goleo.
En Argentina 1978 ya fue otra cosa. Primero, ya tenía álbum, ya tenía mayor capacidad para recordar a los jugadores y ya me senté a ver los juegos. Grzegorz Lato hizo el gol con el que Polonia venció a Túnez. No le hizo ni Alemania ni a México en la primera fase. Le marcó a Brasil en la segunda ronda y ya. No hubo más para el “Divino Calvo”. Tuve que esperar 4 años para verlo de vuelta.
Grzegorz Lato logró su décimo gol mundialista contra la selección de Perú. No hubo más. Pero para mí el polaco era ya uno de mis héroes.
Por eso, cuando leí en el Esto que venía al Atlante simplemente era un sueño que ni siquiera había soñado nunca.
En 2025 mientras planeaba mis vacaciones veraniegas en Europa propuse ¡Polonia! Desde luego escondí la razón: qué tal si veo a Grzegorz Lato. Como si el goleador del Mundial de 1974, medalla de oro en 1972, leyenda del futbol polaco me estuviera esperando en el aeropuerto Federico Chopin de Varsovia para abrazarme y decirme claro, es el mismo chavo de 13 años, que me saludó una vez en el Azulgrana; sí, como no.
Seguro que no, pero ahora que ando en Varsovia con mi esposa, también iremos a Cracovia, prometí cómprame la camiseta de la selección polaca, la roja, y colocarle en la espalda en nombre de Grzegorz Lato. Del Divino Calvo, del que tenía en estampita Panini pegada en la puerta de la casa y, además, lo vi volar en el estadio Azteca mandándole centros a Cabinho. Es una promesa.