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Geoffrey Recoder
Cortesía

EL JUEGO QUE NO CANSA | México y el deporte

2025-06-01 23:09:00

Una relación entre la gloria ignorada y el fracaso celebrado

Esta semana deportiva ha sido una montaña rusa de emociones que ha dejado al descubierto las profundas contradicciones del deporte nacional e internacional. Desde los disturbios en París, tras la final de la Champions League, hasta las victorias ignoradas de atletas mexicanos que brillan en disciplinas no mediáticas, el escenario está listo para una reflexión urgente: ¿Qué clase de cultura deportiva estamos promoviendo?

Comencemos por París. La ciudad que fue símbolo de paz y hermandad olímpica se convirtió en un campo de batalla tras la victoria del París Saint -Geemain Football Club. Hinchas  desbordados, violencia callejera, disturbios que dejaron heridos y detenidos (la Prefectura de Policía de Francia confirmó este domingo la muerte de dos personas y la detención de 559 individuos durante los disturbios registrados en París. En total, 192 personas resultaron heridas y se declararon 692 focos de incendio, 264 de los cuales afectaron automóviles). ¿Qué estamos celebrando cuando el fútbol se convierte en una excusa para destruir? El fanatismo ha sobrepasado todos los límites y nos enfrentamos a un fenómeno que ya no puede ser considerado deporte, sino una peligrosa válvula de escape para frustraciones sociales, económicas y emocionales. El fútbol soccer, tal como se vive hoy, es el espejo de una sociedad que ha perdido el rumbo, que prefiere la destrucción al fair play, el caos a la convivencia. Y lo más preocupante: los dirigentes callan, los clubes miran hacia otro lado y los medios lo encubren con el mismo cinismo con el que narran un gol.

En este contexto internacional de descomposición del espectáculo futbolístico, México no se queda atrás. Esta semana, el Club América, uno de los equipos más populares y poderosos del país, cayó derrotado ante el LAFC de la MLS en un partido crucial para la clasificación al Mundial de Clubes. Esta derrota no fue anecdótica, ni menor: evidenció con crudeza el estancamiento del fútbol mexicano frente al crecimiento del fútbol estadounidense. Mientras en Estados Unidos se invierte en infraestructura, ciencia del deporte, formación de jugadores y desarrollo estratégico de ligas competitivas, en México los dueños de los equipos siguen administrando el espectáculo como una telenovela barata. No hay proyecto, no hay visión, no hay país. Solo intereses económicos que prefieren mantener a las masas embrutecidas con narrativas patrioteras y falsas promesas de grandeza, cuando la realidad nos coloca muy por debajo de ligas que hace dos décadas nos veían con respeto. Hoy el fútbol mexicano no da miedo, da pena. Y es hora de dejar de celebrarlo.

Y por si faltara contraste en este carrusel deportivo, la noche del domingo 1 de junio, Cruz Azul se coronó campeón de la Concacaf Champions Cup 2025. Un título que, en otro contexto, debería ser motivo de celebración y orgullo. Sin embargo, al compararlo con la final de la UEFA Champions League disputada apenas 24 horas antes, lo que queda expuesto es la brecha abismal entre el nivel técnico, táctico y competitivo de ambas competencias. Mientras en Europa se despliegan sistemas de juego complejos, precisión quirúrgica en el pase, pressing de alto nivel y una lectura del partido casi perfecta, en la final de la Concachampions se observó un espectáculo predecible, errático y a ratos desesperante.

El nivel del torneo regional es tan bajo que incluso el campeón parece un equipo a medio construir. Ni la intensidad fue digna de una final, ni el planteamiento estratégico ofreció algo novedoso. Y sin embargo, se celebrará como si se hubiera conquistado el mundo. Los medios se desbordarán en elogios, las marcas en patrocinios, y la afición, en un espejismo de gloria, olvidará que el fútbol mexicano lleva años sin ser competitivo a nivel internacional.

La victoria de Cruz Azul, aunque valiosa para su historia, es también una evidencia más del conformismo que impera en el fútbol nacional. Un sistema cerrado, sin ascensos ni descensos reales, sin políticas deportivas a largo plazo, sin presión de competencia externa y con un nivel que, comparado con los estándares mundiales, es simplemente muy malo.

Pero mientras el futbol ocupa todos los reflectores, otras noticias que deberían hacernos vibrar de orgullo pasan casi desapercibidas. Laura Burgos se consagró bicampeona mundial de Muay Thai en el campeonato de Antalya 2025, un logro extraordinario para el deporte de contacto mexicano, que ni la prensa nacional ni los organismos deportivos supieron destacar como corresponde. ¿Por qué no está su rostro en las portadas? ¿Por qué no hay homenajes oficiales? ¿Por qué no existe una campaña de impulso a las artes marciales si claramente tenemos talento y resultados?

Alegna González, en la élite de la caminata mundial, venció en los 10K del Gran Premio Internacional Madrid Marcha Silbö Telecom, prueba de categoría Gold del World Race Walking Tour. Es una hazaña que habla de su constancia, de su entrenamiento y de su calidad como atleta de alto rendimiento. Pero otra vez: ni en redes sociales, ni en televisión abierta se celebra su triunfo. Alegna representa lo mejor del espíritu deportivo mexicano: trabajo silencioso, excelencia constante y resultados tangibles. ¿Por qué no la reconocemos?

Isaac del Toro también nos dio una lección de profesionalismo y autocrítica. Al ser subcampeón del Giro de Italia, declaró con humildad que su desempeño no fue un triunfo, pues tenía todo para ganarlo. ¿Fallaron las estrategias, las tácticas? ¿Fue una cuestión metabólica? ¿Se trató de errores metodológicos en la preparación? ¿No se monitoreó correctamente el rendimiento de los rivales, permitiendo la remontada del británico Simon Yates? El caso de Isaac abre muchas preguntas que deberían preocupar a los entrenadores, metodólogos y directores técnicos del equipo de Del Toro. Si alguien con su talento no gana cuando tiene todo para hacerlo, entonces hay errores estructurales que deben corregirse.

Y en el boxeo, lo que debería indignarnos profundamente: Jaime Munguía, una de las cartas fuertes del boxeo profesional mexicano, dio positivo en una prueba antidopaje. Si bien falta la apertura de la muestra B, este hecho ensucia su carrera y daña la credibilidad del boxeo mexicano. El uso de sustancias prohibidas no puede ser tolerado ni justificado. Es una traición al deporte, a la afición y a la ética profesional. Los organismos deben actuar con firmeza y establecer precedentes claros: el que hace trampa, queda fuera.

Todos estos acontecimientos, contrastantes y poderosos, revelan una verdad incómoda: México vive en un entorno deportivo profundamente desbalanceado. Celebramos fracasos futbolísticos con euforia, mientras ignoramos gestas históricas en disciplinas que verdaderamente enaltecen al país. No tenemos cultura deportiva, tenemos adicción al espectáculo. No tenemos proyecto nacional, tenemos rating. Y mientras tanto, los verdaderos héroes y heroínas del deporte mexicano siguen ganando sin que nadie lo note.

Es tiempo de cambiar esta narrativa. Es tiempo de voltear a ver al deporte como un motor de transformación social, no como una fábrica de frustraciones. Es tiempo de reconocer a quienes sí dan resultados. Y es tiempo de exigir a quienes lucran con la ignorancia deportiva de millones.

México necesita una revolución cultural en el deporte. Y esa revolución empieza por abrir los ojos.

 

 

El juego que no cansa

Alfonso Geoffrey Recoder Renteral

Especialista en gestión, dirección y administración en el deporte, doctor Honoris Causa, posdoctorando en Derecho, doctor en Ciencias de la Educación, doctorante en Administración y Política Pública, maestro en Gestión de Entidades Deportivas, maestro en Administración, maestro en Ciencias de la Educación con especialización en Gestión de Estudios Superiores, maestrante en Ciencias del Deporte, maestrante en Metodología del Entrenamiento Deportivo, maestrante en Periodismo y Comunicación Deportiva, licenciado en Educación Física, licenciado en Derecho.

 


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